30.10.10

Eran las 8.30





Me despierto de nuevo, en las horas justas. Pienso que estoy cansada de soñarte. Y, peor aún, de soñar también a una desconocida que bien visualizada. Su rostro es hermoso. Demasiado dulce, sus palabras también. Agotadora. ¿Dulce?. Es algo que encuentro jodidamente molesto, y para colmo ocupa mi espacio. Roba mi deseo. Mi espacio. El que yo he soñado. Pero al despertar lo dije. Lo dije. No te voy a soñar más. Te puedo tocar, te puedo besar, te puedo gritar, te puedo no decir nada, pero no te voy a soñar más. Está escrito, está firmado: no voy a soñarte.
Y lo dulce, ni siquiera. Ni siquiera lo dulce. Lo dulce me hace daño y es irreal. Lo dulce es mi papel. Dulce, dulcemente papel, al que apenas se puede tocar pero al que hay que tocar. Ello es lo dulce. Al tacto. Porque es dulce su tacto. Nosotros no somos dulces, que irrealidad!.
Y el sueño no es dulce.
Que irreal hubiera sido.




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